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Sí, siga la ciencia, en todos los campos

Sí, siga la ciencia, en todos los campos

10 minutos
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April 14, 2021

En repetidas ocasiones este año, los acólitos de los confinamientos de la COVID-19 nos han exhortado a «seguir la ciencia». Muchos de los que amonestan suponen que los escépticos del confinamiento son unos malhechores miopes y «anticientíficos» que muestran un desprecio temerario por la salud, la seguridad y la vida de las personas. Sí, algunas personas son tan emocionales, fóbicas, religiosas o políticas que no pueden razonar con razón; pero ¿no puede haber un escepticismo racional y saludable sobre los efectos de la COVID-19 en la salud o los efectos de los confinamientos en la salud? Nada puede estar más lejos de la verdad, nada más lejos de... la ciencia.

Sí, por supuesto debemos seguir la ciencia, pero debemos hacerlo en todos los campos, no solo en epidemiología sino también en política, economía y filosofía. Este último campo, que significa «amor a la sabiduría», enseña a la humanidad a seguir su naturaleza, a ser racional, lógica, objetiva y contextual. Ser científico en todos los campos significa incorporar tanto la teoría como la práctica, evaluar todos los factores reales y relevantes, no solo algunos de ellos selectos; significa cultivar una perspectiva que también imparcial (no sesgado), exhaustivo (no estrecho), y proporcional (no desequilibrado).

En Economía en una lección (1946), Henry Hazlitt distingue entre métodos científicos y no científicos en economía, pero su distinción se aplica también a otros campos. «El mal economista», escribe, «solo ve lo que inmediatamente llama la atención», mientras que «el buen economista también mira más allá. El mal economista solo ve las consecuencias directas del curso propuesto; el buen economista también considera las consecuencias a largo plazo e indirectas. El mal economista solo ve el efecto que ha tenido o tendrá una política determinada en un grupo en particular; el buen economista también se pregunta cuál será el efecto de la política en todos los grupos». Del mismo modo, diría que los epidemiólogos, politólogos, economistas y filósofos competentes deben mirar más allá de lo que les llame la atención o se ajuste a sus predilecciones; deben considerar también los efectos a medio y largo plazo, y los efectos en todo tipo de personas, grupos y medios de vida, no solo aquellos que los burócratas consideran «esenciales».

El propósito de «seguir la ciencia» en todos los campos se refleja mejor en las inmortales palabras de Ben Franklin: ser «sano, rico y sabio». Pero, para ser sinceros, no todo el mundo comparte estos objetivos ni quiere este tipo de mundo, porque es un mundo que solo la razón, la ciencia, la libertad y el capitalismo pueden ofrecer. Como observó una vez Alfred Pennyworth: «Algunos hombres solo quieren ver el mundo arder».

Los defensores más enérgicos de la actualidad aprueban la microgestión y los controles político-burocráticos; parece que les encanta avergonzar a personas inocentes para que obedezcan edictos draconianos y asfixiantes. Si millones de personas deben sacrificarse y sufrir, ¿qué pasa? La mayoría de las religiones (seculares y de otro tipo) dicen que esto significa «virtud». Los acosadores de la COVID-19 utilizan el lenguaje científico para protegerse de las críticas y encubrir sus nefastos designios; parecen darse cuenta de que la mayoría de los estadounidenses aún respetan la ciencia (no el despotismo).

La etimología de «ciencia» se origina en el siglo XIV y deriva del latín scientia, que se deriva de puntuación («saber»). Nuestro conocimiento es la acumulación de todo lo que hemos llegado a conocer, y saber algo es saber que es cierto, que se deriva de los hechos de la realidad y se corresponde con ellos. Como seres humanos, nos distinguimos fundamentalmente de otros animales y organismos en el sentido de que poseemos la facultad de razonar; somos homo sapiens (del latín, sapere — «saber»). Además, y lo que es más importante, sabemos que el conocimiento no proviene automáticamente, y seguramente no proviene de la fe, la revelación o la intuición. Los pensadores de la Ilustración enseñaron a la humanidad que el conocimiento proviene únicamente de la razón aplicada: un volitivo herramienta. Debemos usar la experiencia, la evidencia sensorial y las leyes de la lógica para verificar nuestras hipótesis y teorías, es decir, para establecer su verdad. La verificación es el proceso de establecer una «verdad» (del latín, veritas), es decir, un verdad.

La ciencia tiene tres componentes cruciales, cada uno de los cuales es necesario para adquirir conocimientos confiables: descripción, explicación y predicción. La descripción es la observación precisa de los hechos, que requiere una recopilación y clasificación cuidadosas de los datos. La explicación es la presentación de teorías válidas sobre cómo y por qué se producen los hechos, lo que requiere un rastreo y una explicación cuidadosos de las causas y los efectos. La predicción utiliza hechos y teorías para proyectar el futuro, lo que nos ayuda a anticipar, planificar, prepararnos, actuar y prosperar. La mera descripción desprovista de explicación o predicción no es más que una crónica periodística de lo que es. Una explicación desprovista de hechos es una mera suposición, conjetura, afirmación o especulación; simplemente suponer, como muchos hacen hoy en día, significa no probar definitivamente sino solo «suponer que algo es cierto sin tener pruebas que lo confirmen». Por último, para que las teorías válidas (aquellas que corresponden a los hechos de la realidad) tengan un valor práctico, también deben tener un poder predictivo.

Ahora, consideremos el estado actual de la ciencia (y la no ciencia) en la epidemiología, la política (gobernanza), la economía (producción) y la filosofía (epistemología y moralidad) contemporáneas.

La epidemiología científica recopila y clasifica cuidadosamente los datos relevantes asociados con una enfermedad (o virus), identifica sus orígenes y sus efectos y aconseja mitigantes o remedios. Los antiguos (Hipócrates) tenían una idea burda de ello, pero el campo moderno se inauguró efectivamente a mediados del siglo XIX en Londres, cuando John Snow, un médico, detuvo la mortal enfermedad del cólera investigando, cartografiando y determinando su origen (agua contaminada en la bomba de Broad Street). Durante dos décadas, hasta la obra de Snow en 1854, decenas de miles de personas murieron de cólera mientras los no científicos promovían teorías descabelladas. Snow también fue pionera en el desarrollo de la higiene médica y la anestesia.

En su mayor parte, la investigación de la COVID-19 ha sido científica. Algunos de los mejores trabajos los han realizado las tan difamadas compañías farmacéuticas (p.ej., Pfizer, Moderna, AstraZeneca) mientras desarrollaban vacunas. En general, la ciencia con motivaciones comerciales es más práctica que la ciencia puramente académica y menos corrupta que la ciencia con respaldo político. Trágicamente, muchos politizaron las agencias de salud en 2020: p.ej., la OMS (Organización Mundial de la Salud), los CDC (Centros para el Control de Enfermedades), la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos), los NIH (Institutos Nacionales de Salud) y el HHS (Salud y Servicios Humanos) dieron voz y poder indebidos a una amplia gama de charlatanes y piratas políticos de la comunidad epidemiológica. Estas agencias publicitaron y empoderaron a varios charlatanes que negaban el origen de la COVID-19, sobrevaloraban la eficacia de sus atenuantes (enmascaramiento, distanciamiento social, encierros) o exageraban su positividad y letalidad (en general y por subgrupos). Como lo ha descrito AIER:»Los modeladores pensaban en todo menos en la realidad».

Sin embargo, los epidemiólogos poco científicos, aunque probablemente sean una pequeña fracción de todos los epidemiólogos, han disfrutado de una influencia desproporcionadamente mayor en los círculos políticos, especialmente entre aquellos con predilecciones paternalistas (antes de la COVID-19) por el autoritarismo. Los emisores de decretos más duros han querido seguir a los epidemiólogos que menos han seguido la ciencia.

Aunque la ciencia es no establecido por el mero acuerdo entre las mentes (o mediante encuestas), el New York Times llevó a cabo recientemente un»encuesta informal» de 700 epidemiólogos, preguntándoles qué precauciones han tomado con respecto a la COVID-19 y qué harían falta para poner fin a los confinamientos. La gran mayoría de los encuestados dijeron que se habían recluido en régimen de encierro y que «incluso con las vacunas en camino, muchos no esperan que sus vidas vuelvan a la normalidad anterior a la pandemia hasta que la mayoría de los estadounidenses [al menos el 70%] estén vacunados». De hecho, «la mayoría dijo que, incluso con las vacunas, es probable que muchas actividades tarden un año o más en reiniciarse de manera segura, y que es posible que algunos aspectos de sus vidas nunca vuelvan a ser como antes». Esta actitud parece ser demasiado cautelosa, si no fóbica (temerosa irracionalmente), dado que las tasas de letalidad de la COVID-19 han estado cayendo en picado este año, antes de que se pusiera ninguna vacuna (gráfico). Las fobias, por ser irracionales, nunca están respaldadas por la razón o la ciencia (según la psicología); tal vez en este caso existan principalmente entre los encuestados por la New York Times, no entre los epidemiólogos en general.

El pasado mes de marzo, antes de la imposición de duros confinamientos, el mismo New York Times reportó que la política de salud pública sobre la COVID-19 estaba siendo impulsada por el trabajo del epidemiólogo británico Neil Ferguson del Imperial College de Londres, que posteriormente fue denunciado como un charlatán. Aun suponiendo el uso de mascarillas y el distanciamiento social, su equipo de cincuenta epidemiólogos proyectó que en 2020 el Reino Unido sufriría 510 000 muertes a causa de la COVID-19, mientras que Estados Unidos sufriría 2,2 millones.

¿Los hechos? ¿La ciencia? ¿Qué tan buena fue la predicción de Ferguson? Vamos a ver. Hasta ahora, las muertes han ascendido a solo 65.520 en el Reino Unido (el 14% de la proyección de Ferguson) y a 307.642 en los Estados Unidos (el 13% de su proyección). Ni siquiera el total mundial de muertes por la COVID-19 ha alcanzado los 2 millones (ahora solo son 1,65 millones, lo que representa tan solo el 0,021% de la población mundial). Para las personas menores de 70 años que contraen la COVID-19, la tasa de supervivencia es bastante alta (99,94%). Por este motivo, decenas de las principales economías del mundo han estado cerradas y millones de vidas y medios de subsistencia se han arruinado. No se trata de «seguir la ciencia». Muchos epidemiólogos fóbicos y con un enfoque limitado han permitido que su trabajo sea mancillado y, lo que es peor, utilizado como armas por aspirantes a déspotas políticos del sector de la «salud pública».

Durante décadas, pero especialmente en 2020, hemos visto los terribles efectos de»ciencia basura» — es decir., «el uso de datos y análisis científicos erróneos para promover intereses especiales y agendas ocultas», y la amplia gama de políticas públicas defectuosas que se basan en ello. También podemos observar una postura bipartidista politización de la salud pública, lo que refleja defectos más profundos en las ciencias de la salud y en las ciencias políticas.

¿Qué hay de la ciencia política? ¿Se ha seguido en 2020? Enseña que la gobernanza pública (acción estatal) implica necesariamente la coerción y, por lo tanto, debe ejercerse de manera cuidadosa, moderada y legítima; según este último criterio, solo como represalia contra quienes recurren a la fuerza. El estado legítimo por sí mismo no inicia la fuerza contra personas inocentes. Eso sería despotismo. Un estado adecuado está restringido constitucionalmente a proteger los derechos individuales; sus funciones principales, por lo tanto, incluyen la defensa nacional, la policía y los tribunales. El estado adecuado defiende necesariamente el estado de derecho.

La escuela de ciencias políticas de «elección pública» demuestra además que los actores políticos no son en absoluto «servidores públicos» angelicales u omniscientes, y no son menos egoístas que los actores económicos, sino que son propensos específicamente a abusar del poder, a falta de una separación constitucional (en poderes ejecutivo, legislativo y judicial) con controles y contrapesos entre las ramas. El estado legítimo evita tanto el despotismo como el paternalismo, dejando un amplio margen para el voluntariado gobierno privado. Así es como la ciencia política modela el estado ideal: aquel que promueve y preserva el bienestar humano, ya sea que se manifieste como libertad, seguridad o prosperidad. El estado, estructurado científicamente y operado con sensatez, mantiene un equilibrio; no prioriza un aspecto del bienestar humano sobre otro, ni tampoco enfrenta salud versus riqueza o sacrificar esta última en favor de la primera.

Evidentemente, en 2020 tenemos no fue testigo de cómo los funcionarios electos (o sus asesores) «seguían la ciencia» de la política. Con una epidemiología dudosa y concepciones irreales de la «política de salud pública», han impuesto confinamientos autoritarios; han violado los derechos de reunión, culto, expresión, vida y trabajo (ganarse la vida); han erosionado gravemente la libertad, la seguridad y la prosperidad humanas. También han permitido (y han dejado impunes) los disturbios, los saqueos y los incendios provocados. Han tolerado la propagación del «imperio de la anarquía» tanto en las calles como en los sistemas de votación.

¿Qué pasa con la ciencia económica? Enseña eso la producción de riqueza debe ser primaria, la característica principal de una prosperidad siempre expansiva y duradera, que necesariamente precede al intercambio y al consumo de riqueza. La economía enseña que la producción está impulsada por la inteligencia creativa, la energía empresarial y el afán de lucro. En todas las etapas de la producción, las personas obtienen un gran valor, autoestima y orgullo del trabajo bien hecho. La ciencia económica demuestra además cómo son la propiedad privada, la inviolabilidad de los contratos, un sistema de precios libre y flexible, una tributación justa, una moneda sólida, el libre comercio y una regulación ligera requisitos previos indispensables de prosperidad (y bienestar humano).

Lamentablemente, en 2020 tenemos no han visto a los responsables políticos (o asesores) «seguir la ciencia» de la economía. Los confinamientos han ido acompañados de una violación generalizada de los derechos de propiedad y comerciales, incluido el derecho a poseer, abrir y administrar negocios, el derecho al trabajo y al intercambio, a comprar en persona, a viajar o reunirse, a disfrutar de espectáculos públicos. Licencias para hacer negocios, que ya restringen los derechos per se — se han revocado de forma rutinaria como medio de castigar y criminalizar a los recalcitrantes (aquellos que desean seguir trabajando para ganarse la vida). Hay no hay evidencia científica Sea como fuere, los cierres obligatorios de empresas mitigan materialmente la letalidad de la COVID-19; pero hay abundantes pruebas de que los cierres erosionan la libertad, la prosperidad, la solvencia y la cordura.

Tampoco se ha seguido la ciencia económica en materia de finanzas públicas. Los denominados planes de «estímulo», con cascadas de dinero público y deuda pública recién emitidos, son deprimente, de hecho, ya que solo desvían y dividen la riqueza existente y, al mismo tiempo, reducen los incentivos para crearla más. Tampoco se crea riqueza gastando déficit público en los desempleados, por el trabajo no realizado («seguro de desempleo»). El gobierno federal de los Estados Unidos gastó 6,5 billones de dólares en el año fiscal 2020 (hasta el 30 de septiembre), un 47% más que el año anterior, el mayor aumento desde la Guerra de Corea (1952) y casi triple el aumento durante el año de recesión de 2009 (+17%). La deuda federal bruta es ahora de 27,5 billones de dólares (el 128% del PIB), 5 billones de dólares más en un año y doble el nivel de 2010 (cuando era del 94% del PIB). Mientras tanto, la Reserva Federal aumentó la oferta monetaria (M-1) en un 53% (hasta alcanzar los 6 billones de dólares) el año pasado, el mayor aumento registrado (desde 1914). Nada de esto ha «estimulado» la producción real.

La ciencia de la economía es clara: la producción de dinero y deuda no equivale a la producción de riqueza real. Afirmar lo contrario es seguir la fantasía, no la realidad, o la ciencia.

La filosofía es la ciencia más importante de todas, porque determina el estado y la salud de los demás. Entre otras cosas, nos enseña cómo descubrir y validar el conocimiento (epistemología) y cómo vivir virtuosamente, de acuerdo con nuestra naturaleza única (moralidad). A menos que la epistemología y la moralidad sean racionales, lógicas y basadas en la realidad, no serán científicas, ni tampoco lo serán sus derivados, las ciencias naturales y las ciencias sociales. Así como una epistemología defectuosa genera ciencia basura, una moralidad defectuosa genera una gobernanza basura. La moralidad del egoísmo racional, derivada científicamente de la naturaleza humana, sustenta las versiones científicas de la psicología, la política y la economía. Pero fíjense: el egoísmo es precisamente la moralidad que más vehementemente desdeñan y niegan los filósofos contemporáneos, quienes prefieren pregonar la supuesta «nobleza» del sacrificio desinteresado. Pues bien, como es posible que hayan deseado, el año 2020 ha sido testigo de un número considerable de dolor, sufrimiento y sacrificios, pero sin un buen final. Quienes exigen el fin de los confinamientos son tachados de egoístas que buscan más riqueza que salud.

Por el lado positivo, podemos estar agradecidos de que algunas personas sigan apelando a la ciencia en lugar de a la fe, la revelación o la fantasía. Pero, ¿cuántos son genuinos? El arte del engaño lo practican fanáticos del control, charlatanes y pensadores grupales que desean imponer su voluntad por «el bien de la sociedad». En palabras de Rahm Emanuel, que alguna vez fue asesor del presidente Obama, «no querrás que una crisis se desperdicie», es decir, «una oportunidad de hacer cosas que antes no podías hacer». En resumen, las políticas imprudentes que serían rechazadas en tiempos normales y razonables son más fáciles de adoptar en tiempos de fobias y caóticos, cuando el miedo y las meras conjeturas sustituyen a la razón y la ciencia. La actriz Jane Fonda dijo recientemente con entusiasmo que tenemos «suerte de estar vivos en un momento en el que las decisiones pueden marcar la diferencia entre que cientos de millones de personas vivan o mueran» añadiendo que «el COVID es un regalo de Dios para la izquierda». De hecho. «Algunos hombres (y mujeres) solo quieren ver arder el mundo».

Si ciencia había sido seguido en 2020 — en todo campos: estaríamos mucho más sanos y ricos de lo que somos ahora. Pero los fanáticos del control han utilizado la COVID-19 para justificar aún más controles gubernamentales, aún más estatismo. En todos los campos han citado el caos como una (supuesta) razón para «reimaginar» (es decir., sabotear) el capitalismo —un sistema que ya odiaban, antes del virus— para promover el despotismo, un sistema que ya preferían. Para esas personas, las crisis son bienvenidas, si es necesario, incluso inventadas.

Este artículo se publicó originalmente en AIER.org y se reimprimió previo acuerdo.

Dr. Richard M. Salsman
About the author:
Dr. Richard M. Salsman

El Dr. Richard M. Salsman es profesor de economía política en Universidad de Duke, fundador y presidente de InterMarket Forecasting, Inc.., becario principal del Instituto Americano de Investigación Económica, y becario principal en La sociedad Atlas. En las décadas de 1980 y 1990 fue banquero en el Banco de Nueva York y Citibank y economista en Wainwright Economics, Inc. El Dr. Salsman es autor de cinco libros: Romper los bancos: problemas de la banca central y soluciones de banca gratuita (1990), El colapso del seguro de depósitos y los argumentos a favor de la abolición (1993), Gold and Liberty (1995), La economía política de la deuda pública: tres siglos de teoría y evidencia (2017), y ¿A dónde se han ido todos los capitalistas? : Ensayos sobre economía política moral (2021). También es autor de una docena de capítulos y decenas de artículos. Su obra ha aparecido en el Revista de Derecho y Políticas Públicas de Georgetown, Documentos de motivos, el Wall Street Journal, el Sol de Nueva York, Forbes, el Economista, el Puesto financiero, el Activista intelectual, y El estándar objetivo. Habla con frecuencia ante grupos estudiantiles a favor de la libertad, como Students for Liberty (SFL), Young Americans for Liberty (YAL), Intercollegiate Studies Institute (ISI) y la Foundation for Economic Education (FEE).

El Dr. Salsman obtuvo su licenciatura en derecho y economía en el Bowdoin College (1981), su maestría en economía en la Universidad de Nueva York (1988) y su doctorado en economía política en la Universidad de Duke (2012). Su sitio web personal se encuentra en https://richardsalsman.com/.

Para The Atlas Society, el Dr. Salsman organiza una Moral y mercados seminario web, que explora las intersecciones entre la ética, la política, la economía y los mercados. También puede encontrar extractos de Salsman's Adquisiciones de Instagram AQUÍ que se puede encontrar en nuestro Instagram ¡cada mes!

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El aumento de la prosperidad a largo plazo es posible gracias al crecimiento económico sostenido a corto plazo; la prosperidad es el concepto más amplio, que implica no solo más producción, sino también una calidad de la producción valorada por los compradores. La prosperidad trae consigo un nivel de vida más alto, en el que disfrutamos de una mejor salud, una esperanza de vida más larga y una mayor felicidad. Desafortunadamente, las medidas empíricas en los Estados Unidos muestran que su tasa de crecimiento económico se está desacelerando y no se trata de un problema transitorio; ha estado ocurriendo durante décadas. Lamentablemente, pocos líderes reconocen la sombría tendencia; pocos pueden explicarla; algunos incluso la prefieren. El siguiente paso podría consistir en impulsar el «decrecimiento» o en contracciones sucesivas de la producción económica. La preferencia por el crecimiento lento se normalizó durante muchos años y esto también puede ocurrir con la preferencia por el decrecimiento. En la actualidad, los seguidores del crecimiento lento son una minoría, pero hace décadas los seguidores del crecimiento lento también eran una minoría.

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Tras el ataque derechista al Capitolio de los Estados Unidos inspirado por Trump la semana pasada, cada «bando» acusó acertadamente al otro de hipocresía, de no «practicar lo que predican» y de no «predicar con el ejemplo». El verano pasado, los izquierdistas intentaron justificar (llamándolos «protestas pacíficas») su propia violencia en Portland, Seattle, Minneapolis y otros lugares, pero ahora denuncian la violencia de la derecha en el Capitolio. ¿Por qué la hipocresía, un vicio, es ahora tan omnipresente? Lo contrario es la virtud de la integridad, algo poco frecuente hoy en día porque durante décadas las universidades han inculcado el pragmatismo filosófico, una doctrina que no aconseja la «practicidad», sino que la socava al insistir en que los principios fijos y válidos son imposibles (por lo tanto, prescindibles) y que la opinión es manipulable. Para los pragmáticos, «la percepción es la realidad» y «la realidad es negociable». En lugar de la realidad, prefieren la «realidad virtual» en lugar de la justicia, la «justicia social». Encarnan todo lo que es falso y farsante. Lo único que queda como guía para la acción es el oportunismo de rango, la conveniencia, «reglas para los radicales», cualquier cosa que «funcione»: ganar una discusión, promover una causa o promulgar una ley, al menos por ahora (hasta que no funcione). ¿Qué explica la violencia bipartidista actual? La ausencia de razón (y objetividad). No hay (literalmente) ninguna razón para ello, pero hay una explicación: cuando no hay razón, también faltan la persuasión y las asambleas-protestas pacíficas. Lo que queda es el emocionalismo y la violencia.

El desdén de Biden por los accionistas es fascista -- El estándar capitalista, 16 de diciembre de 2020

¿Qué piensa el presidente electo Biden del capitalismo? En un discurso pronunciado en julio pasado, dijo: «Ya es hora de que pongamos fin a la era del capitalismo accionarial, la idea de que la única responsabilidad que tiene una corporación es con los accionistas. Eso simplemente no es cierto. Es una farsa absoluta. Tienen una responsabilidad con sus trabajadores, su comunidad y su país. Esa no es una noción nueva ni radical». Sí, no es una idea nueva: que las empresas deben servir a quienes no son propietarios (incluido el gobierno). Hoy en día, todo el mundo —desde el profesor de negocios hasta el periodista, pasando por el Wall Streeter y el «hombre de la calle» — parece estar a favor del «capitalismo de las partes interesadas». ¿Pero tampoco es una noción radical? Es fascismo, simple y llanamente. ¿El fascismo ya no es radical? ¿Es la «nueva» norma, aunque tomada de la década de 1930 (FDR, Mussolini, Hitler)? De hecho, el «capitalismo accionarial» es redundante y el «capitalismo accionarial» es un oxímoron. El primero es un capitalismo genuino: la propiedad privada (y el control) de los medios de producción (y también de su producción). El segundo es el fascismo: propiedad privada pero control público, impuesto por quienes no son propietarios. El socialismo, por supuesto, es la propiedad pública (estatal) y el control público de los medios de producción. El capitalismo implica y promueve una responsabilidad contractual mutuamente beneficiosa; el fascismo la destruye al cortar brutalmente la propiedad y el control.

Las verdades básicas de la economía saysiana y su relevancia contemporánea — Fundación para la Educación Económica, 1 de julio de 2020

Jean-Baptiste Say (1767-1832) fue un defensor de principios del estado constitucionalmente limitado, incluso de manera más consistente que muchos de sus contemporáneos liberales clásicos. Conocido principalmente por la «ley de Say», el primer principio de la economía, debería ser considerado uno de los exponentes más consistentes y poderosos del capitalismo, décadas antes de que se acuñara la palabra (por sus oponentes, en la década de 1850). He estudiado bastante economía política a lo largo de las décadas y tengo en cuenta la ley de Say Tratado de economía política (1803) la mejor obra jamás publicada en este campo, que no solo supera a las obras contemporáneas sino también a aquellas como la de Adam Smith Riqueza de las naciones (1776) y la de Ludwig von Mises La acción humana: un tratado de economía (1949).

El «estímulo» fiscal-monetario es depresivo -- La colina, 26 de mayo de 2020

Muchos economistas creen que el gasto público y la emisión de dinero crean riqueza o poder adquisitivo. No es así. Nuestra única forma de obtener bienes y servicios reales es la creación de riqueza, la producción. Lo que gastamos debe provenir de los ingresos, que a su vez deben provenir de la producción. La ley de Say enseña que solo la oferta constituye demanda; debemos producir antes de demandar, gastar o consumir. Los economistas suelen culpar de las recesiones a las «fallas del mercado» o a la «demanda agregada deficiente», pero las recesiones se deben principalmente al fracaso del gobierno; cuando las políticas castigan las ganancias o la producción, la oferta agregada se contrae.

La libertad es indivisible, razón por la cual todos los tipos se están erosionando -- Revista Capitalism, 18 de abril de 2020

El objetivo del principio de indivisibilidad es recordarnos que las diversas libertades aumentan o disminuyen a la vez, aunque con varios retrasos, incluso si algunas libertades, durante un tiempo, parecen aumentar mientras otras disminuyen; en cualquier dirección en la que se muevan las libertades, con el tiempo tienden a encajar. El principio de que la libertad es indivisible refleja el hecho de que los seres humanos son una integración de la mente y el cuerpo, el espíritu y la materia, la conciencia y la existencia; el principio implica que los seres humanos deben elegir ejercer su razón —la facultad que les es única— para comprender la realidad, vivir éticamente y prosperar lo mejor que puedan. El principio está consagrado en el más conocido de que tenemos derechos individuales —a la vida, la libertad, la propiedad y la búsqueda de la felicidad— y que el único y apropiado propósito del gobierno es ser un agente de nuestro derecho a la autodefensa, preservar, proteger y defender nuestros derechos constitucionalmente, no restringirlos o anularlos. Si un pueblo quiere preservar la libertad, debe luchar por su preservación en todos los ámbitos, no solo en aquellos en los que más viven o en los que más favorecen; no en uno, o en algunos, pero no en otros, y no en uno o algunos a expensas de otros.

Gobernanza tripartita: una guía para una adecuada formulación de políticas -- AIER, 14 de abril de 2020

Cuando escuchamos el término «gobierno», la mayoría de nosotros pensamos en política: en estados, regímenes, capitolios, agencias, burocracias, administraciones y políticos. Los llamamos «funcionarios», suponiendo que poseen un estatus único, elevado y autoritario. Pero ese es solo un tipo de gobierno en nuestras vidas; los tres tipos son el gobierno público, el gobierno privado y el gobierno personal. La mejor manera de concebir cada uno de ellos es como una esfera de control, pero los tres deben equilibrarse adecuadamente para optimizar la preservación de los derechos y las libertades. La ominosa tendencia de los últimos tiempos ha sido la invasión sostenida de las esferas de gobierno personal y privado por parte de la gobernanza pública (política).

Cosas libres y personas no libres - AIER, 30 de junio de 2019

Los políticos de hoy afirman en voz alta y con mojigato que muchas cosas —alimentos, vivienda, atención médica, empleos, guarderías, un medio ambiente más limpio y seguro, el transporte, la educación, los servicios públicos e incluso la universidad— deberían ser «gratuitas» o estar subvencionadas con fondos públicos. Nadie se pregunta por qué esas afirmaciones son válidas. ¿Deben aceptarse ciegamente por fe o afirmarse por mera intuición (sentimiento)? No suena científico. ¿No deberían todas las afirmaciones cruciales pasar las pruebas de lógica y evidencia? ¿Por qué las afirmaciones sobre regalos «suenan bien» para tanta gente? De hecho, son crueles, incluso crueles, porque son antiliberales y, por lo tanto, fundamentalmente inhumanos. En un sistema libre y capitalista de gobierno constitucional, debe haber igualdad de justicia ante la ley, no un trato legal discriminatorio; no hay justificación para privilegiar a un grupo sobre otro, incluidos los consumidores sobre los productores (o viceversa). Cada individuo (o asociación) debe tener la libertad de elegir y actuar, sin recurrir a la burla o al saqueo. El enfoque de las campañas políticas y la formulación de políticas mediante el uso de métodos gratuitos favorece descaradamente el engaño y, al ampliar el tamaño, el alcance y el poder del gobierno, también institucionaliza el saqueo.

También debemos celebrar la diversidad en la riqueza -- AIER, 26 de diciembre de 2018

En la mayoría de los ámbitos de la vida actual, la diversidad y la variedad se celebran y respetan con razón. Las diferencias en el talento atlético y artístico, por ejemplo, no solo implican competencias sólidas y entretenidas, sino también fanáticos («fanáticos») que respetan, aplauden, premian y compensan generosamente a los ganadores («estrellas» y «campeones») y, al mismo tiempo, privan (al menos relativamente) a los perdedores. Sin embargo, el ámbito de la economía —de los mercados y el comercio, los negocios y las finanzas, los ingresos y la riqueza— suscita una respuesta casi opuesta, aunque no sea, como los partidos deportivos, un juego de suma cero. En el ámbito económico, observamos que los talentos y los resultados diferenciales se compensan de manera desigual (como cabría esperar), pero para muchas personas, la diversidad y la variedad en este ámbito son despreciadas y envidiadas, con resultados predecibles: una redistribución perpetua de los ingresos y la riqueza mediante impuestos punitivos, una regulación estricta y la ruptura periódica de la confianza. Aquí, los ganadores son más sospechosos que respetados, mientras que los perdedores reciben simpatías y subsidios. ¿A qué se debe esta anomalía tan extraña? En aras de la justicia, la libertad y la prosperidad, las personas deben abandonar sus prejuicios anticomerciales y dejar de ridiculizar la desigualdad de riqueza e ingresos. Deberían celebrar y respetar la diversidad en el ámbito económico al menos tanto como lo hacen en los ámbitos deportivo y artístico. El talento humano se presenta en una variedad de formas maravillosas. No neguemos ni ridiculicemos ninguno de ellos.

Para impedir las matanzas con armas de fuego, el gobierno federal debe dejar de desarmar a los inocentes -- Forbes, 12 de agosto de 2012

Los defensores del control de armas quieren culpar a «demasiadas armas» de los tiroteos masivos, pero el verdadero problema es que hay muy pocas armas y muy poca libertad de armas. Las restricciones al derecho a portar armas consagrado en la Segunda Enmienda de nuestra Constitución invitan a la matanza y al caos. Los controladores de armas han convencido a los políticos y a los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley de que las zonas públicas son especialmente propensas a la violencia armada y han promovido prohibiciones y restricciones onerosas del uso de armas en esas zonas («zonas libres de armas»). Pero son cómplices de este tipo de delitos, al alentar al gobierno a prohibir o restringir nuestro derecho civil básico a la autodefensa; han incitado a unos locos callejeros a masacrar a personas en público con impunidad. La autodefensa es un derecho crucial; requiere portar armas y utilizarlas plenamente no solo en nuestros hogares y propiedades, sino también (y especialmente) en público. ¿Con qué frecuencia los policías armados previenen o detienen realmente los delitos violentos? Casi nunca. No son personas que «detienen el crimen», sino que toman notas al llegar a la escena. Las ventas de armas aumentaron en el último mes, después de la matanza en las salas de cine, pero eso no significaba que esas armas pudieran usarse en las salas de cine ni en muchos otros lugares públicos. La prohibición legal es el verdadero problema, y la injusticia debe terminar de inmediato. La evidencia es abrumadora ahora: ya nadie puede afirmar, con franqueza, que quienes controlan armas son «pacíficos», «amantes de la paz» o «bien intencionados», si son enemigos declarados de un derecho civil clave y cómplices abyectos del mal.

El proteccionismo como masoquismo mutuo -- El estándar capitalista, 24 de julio de 2018

El argumento lógico y moral a favor del libre comercio, ya sea interpersonal, internacional o intranacional, es que es mutuamente beneficioso. A menos que uno se oponga a la ganancia en sí o asuma que el intercambio es un juego en el que todos ganan y pierden (un juego de «suma cero»), hay que fomentar el comercio. Aparte de los altruistas abnegados, nadie comercia voluntariamente a menos que ello redunde en beneficio propio. Trump se compromete a «hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande», un sentimiento noble, pero el proteccionismo solo perjudica en lugar de ayudar a hacer ese trabajo. Aproximadamente la mitad de las piezas de las camionetas más vendidas de Ford ahora son importadas; si Trump se sale con la suya, ni siquiera podríamos fabricar las camionetas Ford, y mucho menos hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande. «Comprar productos estadounidenses», como exigen los nacionalistas y nativistas, es evitar los productos beneficiosos de hoy y, al mismo tiempo, subestimar los beneficios de la globalización del comercio de ayer y temer los del mañana. Así como Estados Unidos, en su mejor momento, es un «crisol» de antecedentes, identidades y orígenes personales, los productos en su mejor momento encarnan un crisol de mano de obra y recursos de origen mundial. El Sr. Trump afirma ser proestadounidense, pero es irrealmente pesimista sobre su poder productivo y su competitividad. Dados los beneficios del libre comercio, la mejor política que cualquier gobierno puede adoptar es el libre comercio unilateral (con otros gobiernos no enemigos), lo que significa: libre comercio independientemente de que otros gobiernos también adopten un comercio más libre.

El mejor argumento a favor del capitalismo -- El estándar capitalista, 10 de octubre de 2017

Hoy se cumplen 60 años de la publicación de La rebelión de Atlas (1957) de Ayn Rand (1905-1982), una novelista-filósofa superventas que ensalzó la razón, el interés propio racional, el individualismo, el capitalismo y el americanismo. Pocos libros tan antiguos siguen vendiéndose tan bien, ni siquiera en tapa dura, y muchos inversores y directores ejecutivos han elogiado durante mucho tiempo su tema y su visión. En una encuesta realizada en la década de 1990 para la Biblioteca del Congreso y el Club del Libro del Mes, los encuestados mencionaron La rebelión de Atlas tan solo superado por la Biblia como el libro que marcó una gran diferencia en sus vidas. Es comprensible que los socialistas rechacen a Rand porque ella rechaza su afirmación de que el capitalismo es explotador o propenso al colapso; sin embargo, los conservadores desconfían de ella porque niega que el capitalismo dependa de la religión. Su principal contribución es demostrar que el capitalismo no es solo el sistema que es económicamente productivo, sino también el que es moralmente justo. Recompensa a las personas honestas, íntegras, independientes y productivas; sin embargo, margina a quienes optan por ser menos que humanos y castiga a los despiadados e inhumanos. Ya sea que uno sea procapitalista, prosocialista o indiferente entre ambos, vale la pena leer este libro, al igual que sus otras obras, que incluyen La fuente (1943), La virtud del egoísmo: un nuevo concepto de egoísmo (1964), y Capitalismo: el ideal desconocido (1966).

Trump y el Partido Republicano aprueban el monopolio de la medicina -- El estándar capitalista, 20 de julio de 2017

El Partido Republicano y el presidente Trump, que han roto descaradamente sus promesas de campaña al negarse a «derogar y reemplazar» el ObamaCare, ahora afirman que simplemente lo derogarán y verán qué pasa. No cuentes con eso. En el fondo, realmente no les importa ObamaCare y el sistema de «pagador único» (monopolio gubernamental de los medicamentos) al que conduce. Por abominable que sea, lo aceptan filosóficamente, así que también lo aceptan políticamente. Trump y la mayoría de los republicanos aprueban los principios socialistas latentes en ObamaCare. Quizás incluso se den cuenta de que esto seguirá erosionando los mejores aspectos del sistema y conducirá a un «sistema de pagador único» (monopolio gubernamental de los medicamentos), algo que Obama [y Trump] siempre han dicho que querían. La mayoría de los votantes estadounidenses de hoy tampoco parecen oponerse a este monopolio. Es posible que se opongan a ello dentro de décadas, cuando se den cuenta de que el acceso al seguro médico no garantiza el acceso a la atención médica (especialmente en el caso de la medicina socializada, que reduce la calidad, la asequibilidad y el acceso). Pero para entonces ya será demasiado tarde para rehabilitar los elementos más libres que hicieron que la medicina estadounidense fuera tan buena en primer lugar.

El debate sobre la desigualdad: carece de sentido sin tener en cuenta lo que se gana -- Forbes, 1 de febrero de 2012

En lugar de debatir las cuestiones verdaderamente monumentales de nuestros tiempos turbulentos, a saber, ¿cuál es el tamaño y el alcance adecuados del gobierno? (respuesta: más pequeño), y ¿deberíamos tener más capitalismo o más corporativismo? (respuesta: capitalismo): los medios políticos, en cambio, debaten los supuestos males de la «desigualdad». Su desvergonzada envidia se ha extendido de manera desenfrenada últimamente, pero centrarse en la desigualdad es conveniente tanto para los conservadores como para los izquierdistas. El Sr. Obama acepta una teoría falsa de la «equidad» que rechaza el concepto de justicia basado en el mérito y basado en el sentido común que los estadounidenses mayores podrían reconocer como «desierto», según el cual la justicia significa que merecemos (o ganamos) lo que obtenemos en la vida, aunque sea por nuestra libre elección. Existe legítimamente la «justicia distributiva», con recompensas por el comportamiento bueno o productivo, y la «justicia retributiva», con castigos por el comportamiento malo o destructivo.

El capitalismo no es corporativismo o amiguismo -- Forbes, 7 de diciembre de 2011

El capitalismo es el mejor sistema socioeconómico de la historia de la humanidad, porque es tan moral y tan productivo, las dos características tan esenciales para la supervivencia y el florecimiento humanos. Es moral porque consagra y fomenta la racionalidad y el interés propio (la «codicia ilustrada», por así decirlo), las dos virtudes clave que todos debemos adoptar y practicar conscientemente si queremos perseguir y alcanzar la vida y el amor, la salud y la riqueza, la aventura y la inspiración. Produce no solo la abundancia económica y material, sino también los valores estéticos que se ven en las artes y el entretenimiento. Pero, ¿qué es exactamente el capitalismo? ¿Cómo lo sabemos cuando lo vemos o lo tenemos, o cuando no lo hemos visto o no lo tenemos? La mayor defensora intelectual del capitalismo, Ayn Rand (1905-1982), lo definió una vez como «un sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales, incluidos los derechos de propiedad, en el que toda la propiedad es de propiedad privada». Este reconocimiento de los derechos genuinos (no de los «derechos» que obligan a otros a conseguirnos lo que deseamos) es crucial y tiene una base moral distintiva. De hecho, el capitalismo es el sistema de derechos, libertad, civilidad, paz y prosperidad sin sacrificios; no es el sistema de gobierno que favorece injustamente a los capitalistas a costa de otros. Proporciona igualdad de condiciones legales, además de funcionarios que actúan como árbitros de bajo perfil (no para establecer reglas arbitrarias o cambiar el marcador). Sin duda, el capitalismo también implica desigualdad —de ambición, talento, ingresos o riqueza— porque así es como son realmente las personas (y las empresas); son únicas, no clones ni partes intercambiables, como afirman los igualitarios.

La Sagrada Escritura y el Estado de Bienestar -- Forbes, 28 de abril de 2011

Muchas personas se preguntan por qué Washington parece estar siempre sumido en un punto muerto sobre qué políticas podrían curar el gasto excesivo, los déficits presupuestarios y la deuda. Se nos dice que la raíz del problema es la «política polarizada», que los «extremistas» controlan el debate e impiden soluciones que solo la unidad bipartidista puede ofrecer. De hecho, en muchos temas ambas «partes» están totalmente de acuerdo, sobre la base sólida de una fe religiosa compartida. En resumen, no hay muchos cambios porque ambas partes están de acuerdo en muchas cosas, especialmente sobre lo que significa «hacer lo correcto» desde el punto de vista moral. No se habla mucho de ello, pero la mayoría de los demócratas y republicanos, ya sean políticos de izquierda o de derecha, son muy religiosos y, por lo tanto, tienden a apoyar el estado de bienestar moderno. Si bien no todos los políticos están tan convencidos de ello, sospechan (con razón) que los votantes opinan lo mismo. Por lo tanto, incluso las propuestas más pequeñas para restringir el gasto público suscitan acusaciones de que quien las propone es insensible, despiadado, poco caritativo y anticristiano, y las acusaciones son ciertas para la mayoría de las personas porque las Escrituras las han condicionado durante mucho tiempo a adoptar el estado de bienestar.

¿A dónde se han ido todos los capitalistas? -- Forbes, 5 de diciembre de 2010

Tras la caída del Muro de Berlín (1989) y la disolución de la URSS (1991), casi todos admitieron que el capitalismo fue el «vencedor» histórico sobre el socialismo. Sin embargo, las políticas intervencionistas que reflejan en gran medida premisas socialistas han regresado con fuerza en los últimos años, mientras que se ha culpado al capitalismo de causar la crisis financiera de 2007-2009 y la recesión económica mundial. ¿Qué explica este cambio aparentemente abrupto en la estimación mundial del capitalismo? Después de todo, el sistema económico apolítico, ya sea capitalista o socialista, es un fenómeno amplio y persistente que, lógicamente, no puede interpretarse como beneficioso en una década y destructivo en la siguiente. Entonces, ¿adónde se han ido todos los capitalistas? Curiosamente, un «socialista» significa hoy un defensor del sistema político-económico del socialismo como ideal moral, mientras que un «capitalista» significa un financiero, un capitalista de riesgo o un empresario de Wall Street, no un defensor del sistema político-económico del capitalismo como ideal moral. En realidad, el capitalismo encarna la ética del interés propio racional —del egoísmo, de la «codicia», por así decirlo—, que mejora la vida y crea riqueza y que quizás se manifieste más descaradamente en el afán de lucro. Mientras se desconfíe de esta ética humana o se desprecie, el capitalismo será culpado indebidamente por cualquier mal socioeconómico. El colapso de los regímenes socialistas hace dos décadas no significó que el capitalismo fuera por fin aclamado por sus muchas virtudes; el acontecimiento histórico solo hizo recordar a la gente la capacidad productiva del capitalismo, una capacidad que ya ha demostrado y reconocido desde hace mucho tiempo, incluso por sus peores enemigos. La animosidad persistente contra el capitalismo hoy en día se basa en motivos morales, no prácticos. A menos que el interés propio racional se entienda como el único código moral compatible con la humanidad genuina, y la valoración moral del capitalismo mejore así, el socialismo seguirá regresando, a pesar de su profundo y oscuro historial de miseria humana.

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